Pérdida
Les voy a contar algo que me pasó la semana pasada a modo de ejercicio literario.
En mi casa un día el calefón empezó a perder agua por el caño que lleva el agua caliente.
No eran sólo gotas; era un chorro digno de sifón de soda.
La solución provisoria fue cerrar la llave correspondiente mientras no necesitáramos bañarnos o lavar los platos.
Durante la ejecución de esas tareas, un balde y una palangana en tándem rotativo contenían la pérdida.
Hasta aprovechábamos el agua para regar las plantas cuando hacíamos el cambio de contenedores; nunca estuvieron tan contentas.
Habíamos advertido la siguiente regularidad: mientras uno se bañaba o lavaba los platos la intensidad del chorro disminuía, debido obviamente a que el circuito hidráulico ofrecía un canal alternativo al flujo del agua.
Mientras los dos estábamos en la casa, uno se podía bañar tranquilo sabiendo que al terminar, el otro corría a cerrar la llave.
El problema era cuando se estaba solo: con la ducha prendida la pérdida era suficientemente lenta como para no tener que apurarse, pero al cerrarla debía secarse en tiempo récord o directamente correr mojado, desnudo y muerto de frío hasta la cocina para evitar el desborde, dejando a su paso un huella similar a la de las babosas.
Esta situación se extendió hasta que conseguí una llave inglesa más grande que la que tenía y me dispuse a arreglar el caño.
El diagnóstico fue rápido y afortunadamente no había nada roto: se había secado y caído la pasta que sellaba los intersticios de la rosca de la juntura.
Como no tenía ni tengo dicha pasta, decidí probar suerte con cinta de teflón como segunda medida provisoria.
El resultado fue satisfactorio: goteo de baja frecuencia. Combinado con la palangana, ya no necesitamos cerrar la llave.
Pero la pérdida continúa.
Una noche entré a la cocina para cocinar algo (yo prefiero no ser tan pretencioso y limitarme a decir que apenas administré calor) y mientras esperaba dejé la vista sobre la palangana, que estaba casi llena.
Deseé de tener nueces sólo para fabricar un barquito usando miga de pan, un escarbadientes y papel (no hacía mucho que mi abuela nos había enviado muchas pero ya no quedaban).
Me sentí un niño.
Me conformé con tomar uno de los tantos volantes de entrega de comida a domicilio que se acumulan como polvo en las cocinas de esta ciudad para hacer mediante pliegues un barquito de papel.
Lo tomé, marqué las diagonales, obtuve un triángulo, luego un rombo y... luego una decepción.
Deshice y volví a empezar. Varias veces llegué a formas que jamás hubieran flotado con gracia o mérito.
Fue ahí cuando viví un momento incómodo: no recordaba como hacerlo.
Estaba solo, pero fue muy incómodo porque ya me imaginaba acompañado por quienes recibieran el relato cuya estructura en ese mismo instante concebí y motivó estos "dígitos binarios electromagnéticos" (actualización poética de "manchas de tinta").
Me sentí un adulto. ¿Qué puede marcar mejor la pérdida de la niñez que la imposibilidad de hacer un barquito de papel?
Tengo la esperanza de que compartir esto con ustedes desate en mi inconsciente los nudos de la memoria y me sean devueltos los pliegues de mis barquitos.
Una pérdida; la pérdida.